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Ausencia y presencia: lo que está, lo que falta, lo que transforma

Hay personas que están… pero no aparecen.
Y otras que, incluso estando lejos, siguen presentes en nuestra vida de una forma profunda y silenciosa.
En nuestro día a día convivimos con ausencias que pesan, que duelen o que desconciertan. Pero también con presencias que nos interpelan, que marcan, que nos movilizan sin necesidad de hacer mucho ruido.
Desde la mirada ontológica, presencia y ausencia no son simplemente opuestos, ni se definen sólo por estar o no estar físicamente. Tienen más que ver con la forma en que habitamos los vínculos, los espacios y a nosotros mismos.
Lo que significa “estar”
Presencia no es sólo una cuestión de proximidad. Podemos compartir tiempo y espacio con alguien y aun así sentirnos completamente solos. Del mismo modo, hay personas que no vemos hace años, y sin embargo nos siguen acompañando —en decisiones, pensamientos, memorias o valores.
La presencia tiene que ver con el impacto, con la calidad del vínculo, con cómo ese otro nos afecta, nos transforma, nos toca o nos sostiene. Y también con cuánto nos permitimos nosotros estar de verdad: disponibles, abiertos, comprometidos.
En cambio, la ausencia también adopta distintas formas. A veces es una distancia evidente. Otras, un silencio incómodo. Y en muchas ocasiones, es esa sensación de desconexión que se instala incluso en relaciones que “siguen” pero que ya no están.
Lo que revela la ausencia
Muchas veces, el dolor que sentimos frente a una ausencia no tiene que ver sólo con la otra persona, sino con lo que esa falta despierta en nosotros: una necesidad, una expectativa, una historia no resuelta.
Desde el coaching ontológico trabajamos con las interpretaciones. Porque más allá de los hechos, lo que realmente moldea nuestra experiencia es la forma en que explicamos lo que pasa: ¿Qué creo que significa que esta persona ya no esté? ¿Qué narrativa sostengo sobre esa pérdida o distancia? ¿Qué conversación interna se activa en mí a partir de ello?
Del otro lado, no todas las presencias reconfortan. Algunas nos resultan incómodas, desafiantes o incluso amenazantes. Hay vínculos que nos sacan de lugar, que nos invitan a mirar zonas no exploradas de nosotros mismos, que tocan fibras que preferíamos evitar.
Estar disponibles a lo que es
La vida es un movimiento constante: de personas, de emociones, de vínculos, de versiones propias. Lo que hoy está, mañana puede no estar. Y lo que parecía no tener sentido, de pronto se revela como enseñanza.
En ese ir y venir, la clave está en cómo nos posicionamos nosotros. ¿Desde qué lugar nos relacionamos con la presencia del otro? ¿Desde qué observador interpretamos la ausencia? ¿Qué lugar le damos a cada experiencia?
Aceptar una ausencia, sin negar lo que moviliza, es en sí mismo un acto de presencia.
Estar disponibles para lo que es, en lugar de aferrarnos a lo que quisiéramos que fuera, es una forma de crecer con mayor libertad y consciencia.
Y entonces…
Más allá de quién está o quién ya no, la pregunta poderosa podría ser esta:
¿Dónde estoy yo en esta historia? ¿Qué espacio ocupo —o me niego a ocupar— en mi propia vida y en los vínculos que sostengo?
Porque la verdadera presencia comienza cuando dejamos de parecer y empezamos a aparecer.
Con lo que hay, con lo que duele, con lo que transforma.