Claridad

Hoy nadé de nuevo, con la necesidad de acariciar el fondo con mis propias manos, de atravesar la basta densidad del agua, ligera y pesada a la vez, de miles y miles de litros contenidos en ese espacio familiar y acogedor.

Ignoro el bullicio, con la ilusión y esperanza de encontrar el silencio, de ordenar mi mente y de disfrutar del azul que envuelve en el momento.

Y este inicio hoy ha exigido que me concentre en mi mente, que deje a un lado mis sensaciones y mi cuerpo, que ya no siente el frío del agua ni extraña su contacto; acostumbrada a fluir entre pensamientos y emociones.

Tras el primer impulso de mis pies empujando la pared, logro un arranque suave tratando de llevar mi cabeza a otro lado. Y al tiempo que mis piernas acompañan la brazada, voy sintiendo cómo mis ojos se nublan en la primera bocanada de aliento que mi cuerpo expulsa, al reconocer el por qué y el para qué de mi práctica hoy.

Y en esta reflexión sobre motivación, responsabilidad y compromiso, me doy cuenta del camino recorrido hasta este momento, de mis promesas incumplidas y de mi necesidad de serme fiel, sólo a mí misma.

Reflexiono sobre la trampa que supone la declaración que hacemos al otro, de la imposible permanencia cuando toda yo me cuestiono cada momento. Evalúo cada etapa, cada año, las personas que me han ido acompañando y mis sueños (cumplidos e incumplidos) y todos esos pensamientos me empiezan a pesar.

Y con la primera carrera con ritmo, fijo mi mirada en el suelo tratando de serle fiel a esa línea recta del fondo que parece mostrarme el camino correcto y al que, cada un indeterminado número de largos, decido dar la espalda.

Porque en ese dar la espalda siento cómo mi pecho se expande, se abre gozoso y disfruta verdaderamente con la sensación de flotar sin esfuerzo, como el que ama y no finge; con esa sensación de tranquilidad y confianza, a pesar de saber que pronto tocará pared de nuevo y deberá estar atento para no lastimarse.

Inspiro profundo, me sumerjo y me enfrento de nuevo a esa línea recta, que me recuerda el camino elegido.

Lloro, en la necesidad de serme franca. Un llanto suave, compasivo y amable, que me ayuda a aligerar mi carga mientras uno el conteo y el ritmo de mi respiración bajo el agua.

Y en ese llanto, observo cómo mis lágrimas saladas resbalan contra la contención que ofrece el cristal de mis gafas de buceo y que impide que el agua dulce las integre en esa masa infinita del otro lado, haciéndolas desaparecer.

Y pienso en la importancia de ese cristal, que separa un mismo elemento de uno y otro lado, que me molesta pero que a la vez me protege.

Y descubro que ese cristal son todas mis creencias, que a veces se empañan, pero que también aportan claridad y despejan la visión. Y que son necesarias, para poder moverme con cierta orientación no sólo dentro del agua.

Pero también resuelvo que no son sólo esas gafas las que dirigen y guían mi práctica; sino mi mente y mi cuerpo, que vive pleno en cada ida y vuelta de ese camino finito que llamamos vida.