Emoción e identidad

Esta mañana decidí ir a nadar para mantener a raya los excesos de las fiestas, y para reencontrarme con mis rutinas. Para mi sorpresa, al llegar a la piscina sólo había una calle vacía, que obviamente me dispuse a ocupar. Me acerqué, me descalcé, ajusté mis gafas y me dispuse a disfrutar de ese tiempo sin más aspiraciones.

Cuando aun estaba calentando, haciendo braza a una velocidad moderada, veo a lo lejos aparecer a un chico joven, de aspecto atlético que prospectaba dónde meterse a compartir calle.

Rápidamente y viendo que yo jugaba con evidente desventaja (puesto que en el resto de calles todos nadaban con artilugios varios como aletas, tubos, pesas, etc.) haciendo de mi espacio el más “apetecible”; pasé del “modo Esther Williams” a ocupar todo el centro de la calle, estirando mis largas piernas a todo lo que daban y activando el modo ballena en mi forma de nadar, reduciendo al mínimo mi velocidad y simulando una torpeza que no era mía.

Para mi sorpresa, y a pesar de mis señales, el joven se para justo en el inicio de mi calle con actitud un poco chulesca por sus brazos en jarra, su cara de fastidio y su forma de resoplar ante las pocas opciones que se le presentan. Pero no desisto, y sólo pienso que el chico no ha entendido el mensaje, y cuando acabo el largo en sus pies, me doy la vuelta y continúo nadando de espaldas de la peor forma posible, como si no me hubiese percatado de su presencia ni de su intención de meterse en la calle que yo ocupo.

Y ahí sí, me doy cuenta de que me observa por un momento, calibrando todas las opciones y finalmente decide meterse en la calle contigua a la mía. Es ahí cuando respiro con alivio, y pienso “lo he conseguido”, cuando noto cómo el chico se mete al agua en la calle de al lado y empieza a nadar con violencia, golpeando con fuerza el agua como si estuviese desahogando su rabia o enfado contra alguien más. Así dura apenas dos minutos, provocando un tsunami en la zona donde me encuentro y haciéndome pensar en lo que no mostramos, lo que mostramos y cómo los otros lo interpretan (de manera consciente o no).

Y me ha hecho reflexionar en el momento de tener esa anécdota en la piscina, en cómo transmitimos y nos comunicamos sin hablar, a través del lenguaje no verbal, de nuestra corporalidad y de nuestra actitud y de cómo el otro reacciona a aquello que nosotros le estamos transmitiendo.

Y no sólo eso, me doy cuenta de cómo yo he provocado esa situación, he construido el relato adecuado para que el chico desista de nadar em mi calle, y he conseguido mi propósito desde el foco y la calma. Y para eso ha hecho falta pensar e intencionar, manteniendo mi emoción de fastidio a raya y eligiendo utilizar la tranquilidad para conseguirlo.

Esto me ha conectado con una sesión de coaching en la que el coachee, se enfrenta a dos retos importantes como son un juicio y una entrevista de trabajo, en un momento en el que su ánimo y confianza en sí mismo no están en el mejor momento, y de su necesidad de salir bien parado de ambas situaciones. Y para ello hemos trabajado en la necesidad de reconocer la emoción que necesita llevar consigo en cada uno de los eventos para conectar con lo que necesita conectar y convertirse en quien necesita ser en ese momento, bien sea ante un juez o ante un reclutador.

Pensamos que sólo somos uno, pero en realidad somos muchos en un solo cuerpo y normalmente no tenemos conciencia de que podemos modular y elegir quienes estamos siendo y quienes queremos ser en cada momento. No se trata de fingir o impostar, se trata de prepararnos, de elegir la emoción y la actitud adecuadas que nos ayuden a conseguir nuestros objetivos. Tratar de mostrarnos alegres, motivados, amables y dispuestos para afrontar una entrevista de trabajo no va a ocurrirnos desde el pensamiento negativo, limitante y sesgado, desde el miedo o la duda. Pero si me preparo, reconozco mis capacidades, mi valía para el puesto, preparo mi discurso y le muestro a la persona que va a tomar la decisión que puedo darle lo que necesita para cubrir ese puesto, entonces ya tengo mucho camino avanzado.

Cuando yo no estoy dispuesta a discutir; por mucho que la otra persona eleve el tono, utilice palabras o expresiones poco adecuadas o argumentos distorsionados, no conseguirá que yo responda con la confrontación. Cuando decido estar en calma y mantenerme sin alterarme porque mi objetivo es el de no tener una discusión, sino consensuar o reparar y me preparo a conciencia para ello; finalmente lo consigo porque elijo el tono, la pausa o el silencio adecuado para reconducir el enfado, la reacción o el comentario que me llevará lejos de mi objetivo.

Elegir quienes queremos ser en cada momento, con nuestra familia, en nuestro trabajo, con un desconocido que nada sabe de nosotros modela y modula nuestro comportamiento y nos acerca a actuar en coherencia con lo que deseamos; pero sobre todo define nuestra identidad a través de nuestros actos.

Y tú, ¿eres consciente de quien estas siendo?