Impermanencia y quiebres
Casi nunca siento la presión del folio en blanco porque suelo sentarme a escribir cuando tengo algo que decir, que contar. Así que cuando siento esa necesidad, suelo descolgar el teléfono y hablarlo con algún amigo o amiga, escribir algún post breve en alguna de las redes en las que sí estoy, o ir reflejándolo en retales sin una temática específica ni un hilo conductor concreto.
Hoy salí a pasear de nuevo al amanecer, algo que suelo hacer en este tiempo -no de vacaciones oficiales- pero sí en el que tengo la suerte de vivir junto a la playa unas semanas.
Me traslado a este lugar durante el tiempo de verano desde hace muchos, muchos años y puedo afirmar con rotundidad que el verano para mí siempre es momento de quiebres, de cambios -buscados o no- que, no creo que casualmente, pasan siempre en este periodo. Y cada vez tengo más claro que esto ocurre porque me permito parar y observar, valorar lo andado en el año y planear y priorizar hacia dónde dirigir mis energías en los meses siguientes.
Y en esa observación, surgen muchas lecturas, sobre el camino que voy tomando de manera de menos a más consciente, de las personas que me acompañan y las que ya no, de mis prioridades y valores en cada momento…
Y en este breve paseo (de baja intensidad pero de alto impacto para mí) iba pensando en muchas cosas que van surgiendo sin querer al ver amanecer y al volver a inmortalizar ese momento que tanto me gusta. Primero pensé en la cantidad de fotos y videos de cada amanecer aquí que conservo y de cómo -pese a ser la misma playa y aparentemente la misma persona- vuelvo a revisar ese material y a apreciar cómo cada uno de esos amaneceres es diferente, por la luz, por el estado del mar, por la cantidad de gente que transita ese día… y de cómo yo misma cada día soy distinta, en mi apreciación y en mi ánimo. Más aún cuando recuerdo reflexiones del verano anterior, y el anterior y el anterior… para qué y cómo han sido cada uno de esos “paseos y amaneceres”, qué he necesitado en cada momento y cómo he ido valorando cosas diferentes porque así “me lo pedía el cuerpo”.
Hace 3 años fue quizá el momento más difícil de mi vida, cuando tuve que tomar decisiones complicadas y valientes. Recuerdo esos días con mucho malestar, donde no era capaz de disfrutar y apreciar esos amaneceres, con mucha rumiación mental y ruido constante, con mucho que resolver y con la música bien alta siempre acompañándome, tratando quizá de “acallar” ese ruido mental constante.
Una vez pasado ese momento, hace 2 años fue el verano de la incertidumbre, de los enormes esfuerzos por volver a “reconfigurarme” y a reconocerme, por dejar atrás todo lo que ya sabía “que no” pero redefinir ese nuevo “sí”, ese saber “hacia dónde” y sobre todo cómo iba a conseguirlo. Definí un nuevo proyecto en el que ilusionarme y con el que sentirme plena. En esos paseos ya la música no era tan alta y dejé de mirarme los pies para fijarme en el horizonte.
El verano pasado, con algo más de orden pero con mucho trabajo por delante, aprovechaba mis paseos matutinos para conectarme y conversar con otra coach amiga con la que comparto proyectos profesionales y de vida. Nos dábamos en aquellos momentos feedback continuo, ánimos, consejos y “empujoncitos necesarios” la una a la otra en ese fluir de ideas que iban apareciendo y que poco a poco se han convertido en proyectos consolidados.
Hoy, en este primer paseo cargué con mis llaves, mis IPod y mi gorra. Bajé a la playa, me descalcé y al sentir el frescor de la arena tomé aire y paré unos segundos frente al sol, conectada como estaba, en presencia total. Saqué los IPod del bolsillo con el automatismo de ponérmelos cuando me he dado cuenta de que, no sólo no los necesitaba, sino que prefería no escuchar nada, ni la mejor de mis playlist. Hoy he preferido el silencio, conectar con el sonido del mar, mirar a los ojos a cada uno de los pescadores que iba cruzándome y sonreír, queriendo trasmitirles un “buenos días” que ha sido recíproco en todos ellos. He observado el horizonte, mis pasos, las caras de la gente, la temperatura del agua y el frescor del aire. Y he vuelto a casa “enchufada” e inspirada para ponerme a escribir unas líneas y a trabajar un poco en los varios proyectos que están ya en marcha.
Y en toda esta reflexión, valoro la impermanencia, el tener la certeza de que todo cambia (sobre todo uno mismo); y más cuando cuando eres capaz de hacer el simple ejercicio de observarte y aprender a relacionarte contigo mismo, a conectarte para poder saber hacia dónde dirigirte y canalizar tu energía en ti y en lo que deseas.
Pero esto de la responsabilidad hacia uno mismo te lo dejo para mi siguiente publicación.