Lenguaje y emociones
Cuando empecé a formarme en coaching, fueron dos las cosas que más me marcaron, el inmenso poder de la palabra (la que exteriorizamos y la que no) y el extraordinario impacto de las emociones.
Las palabras, las conversaciones que se tienen y las que no, nos llevan a interpretaciones que derivan en acciones: conversaciones cruciales, relevantes, necesarias que generan situaciones que pueden significar continuidad o ruptura, afirmación o negación, y con ello un sinfín de posibilidades. También aquellas que no se dan, que se guardan, que se rumian, son el germen o el inicio de una nueva acción o inacción, según nuestro propio planteamiento.
De ese poder de la palabra me llama especialmente la atención su permanencia, versus la transitoriedad -a pesar de la mayor o menor intensidad- de las emociones, queramos o no.
Porque las emociones, tal y como las conocemos, son meras mensajeras que tienen algo que aportarnos y no vienen a quedarse indefinidamente con nosotros. Ni las más agradables y placenteras ni las que no lo son tanto.
Por ejemplo, la alegría la asociamos con la ilusión, el esparcimiento, la paz, el crecimiento, la felicidad, la energía… y quisiéramos que durasen siempre. Sin embargo, la tristeza la asociamos con la pérdida, el duelo, la ruptura, la soledad, la destrucción… deseando que duren lo menos posible.
Ambas tienen su papel y nos aportan lo que necesitamos en ese momento para seguir con nuestros procesos y nuestras vidas.
Ser capaz de reconocer nuestras emociones, y calibrar su intensidad es un trabajo interno que nos obliga a saber tomar distancia de nosotros mismos, pero también a tener bien desarrollada una empatía que nos ayude a comprender las circunstancias del otro y el por qué hace lo que hace, siente lo que siente o expresa lo que nos está haciendo llegar.
Y con todo ello, entender el porqué de nuestra emoción y tratar de responder (que no reaccionar) ante los “embistes” que a veces la vida nos depara.
Trabajar en el mundo interior de las personas, comprender su mindset para poder sostenerlas y acompañarlas a alcanzar su objetivo es la tarea de un coach.
En sesión, entender cómo es su lenguaje interior y sus conversaciones con los otros, nos aporta un mundo de información, siempre siempre acompañado y teñido de la emocionalidad que acompaña cada “realidad”.