Sororidad

Este mes podía haber escrito de cualquier cosa, porque he tenido ocasión y vivencias de lo más diversas.

Pero en este momento, escribiendo estas líneas, mi elección está clara.

En esta ocasión la elección es el amor en mayúsculas, porque si algo he aprendido en este primer retiro que me permito y me regalo es a ver y reconocer otras muchas caras del amor.

En la última semana lancé mi primer taller de escucha en el entorno organizacional y pude observar de manera simultánea cómo todo lo que les compartía calaba en ellos y generaba conversaciones necesarias, improvisadas, desde el respeto y la necesidad de acercarse y quizá cuidarse de otro modo. Me fui satisfecha a casa para preparar mis cosas rumbo a un retiro de un par de días con un grupo de desconocidas, pero fruto de una suma de causalidades que se fueron dando hasta que me embarqué por la idea tozuda de que yo debía estar allí.

Y este es el espacio en el que encuentro el momento de plasmar algo de la infinidad de experiencias condensadas en apenas 48 horas con un grupo de mujeres increíbles con convicciones, quiebres y heridas de todos los tamaños y colores. Pero mujeres con algo en común, las ganas de superarse y, por qué no, de quererse de una manera plena y consciente.

Me llevo enseñanzas sobre el amor puro y desinteresado, entregado y doloroso de quien tiene que convivir con una enfermedad incurable y es capaz de mantener el ánimo y el aliento hasta el final; pero que al tiempo ha defendido como una tigresa su derecho a ser feliz, a sentirse amada y a maternar a su modo. Mi admiración y respeto absolutos.

He descubierto historias sobre la cara del desamor, del mal amor, y del no amor con sus matices, sus pasados, presentes y futuros. Hemos compartido deseos, frustraciones, anhelos y aceptaciones de diferentes vidas, de latitudes diversas pero con tantos puntos comunes que resultaba imposible no empezar a creer un poco en algo que no sé si llamar magia.

Me llevo aprender a amar a pesar de las circunstancias, de los imperativos sociales, del qué dirán… me llevo el amor de madre, de muchas madres -de las que son y las que serán-, de las que se preguntan por qué y para qué nos pasa lo que nos pasa, pero en ese tránsito no bajan los brazos ni un segundo. Me llevo una colección valiosísima de decisiones conscientes de mujeres que miran al horizonte y eligen. He observado cómo caminando la misma senda cada una encajaba su pie o se agarraba y buscaba apoyo de manera diferente y según su criterio, y cómo para cada una estaba bien del modo que estaba siendo. Me llevo también aceptar con mayor humildad lo que los otros nos espejan y no queremos ver, a descubrir nuevos juicios que conforme aparecieron afronté de cara y no dejé que creciesen en mi ni unos centímetros.

He llorado, reído, descansado, comido rico y bailado a partes iguales. He apreciado el sabor de cada alma y he respetado las distancias, pero también he aportado alegría, serenidad, y un poco de mí a cada una de ellas.

Me llevo la consciencia de sentirme afortunada y bendecida por el camino recorrido hasta reencontrarme, redefinirme y respetarme. Y el premio mayor de sentirme reconocida y querida en tan corto espacio de tiempo.

Pero sobre todo me llevo el regalo de la seguridad, de sentirme segura, curada y de transmitirlo hacia fuera de manera calmada y serena; de saber que estoy en el buen camino, que la intuición es una aliada y que mi visión y misión tienen un sentido, el sentido del amor.